La verdad es que frente a ti no puedo evitar sentirme como un tonto cada vez que veo la pasmosa facilidad con la que consigues cualquier juego, ya sea de consola o de ordenador, por unos pocos céntimos; mientras yo, quizás por decencia o por estupidez, me veo obligado a pasar por caja. Apenas sirve de consuelo tener la ley de mi lado, y únicamente pensar que estoy haciendo lo correcto me ayuda a seguir actuando como lo hago.
Debo reconocer que yo mismo tengo varios juegos piratas, pero son los menos. A diferencia de ti no acumulo una inmensa colección de tarrinas de DVDs Princo. Coincidirás conmigo en que no hay tiempo humano para disfrutar de tanto juego, y que muchos de ellos apenas los has puesto más de cinco minutos para luego devolverlos a la caja de donde nunca volverán a salir mientras pensabas, con una mueca de sonrisa pícara, «uno más».
Ya sé que a fin de cuentas la industria del videojuego sigue creciendo y que unos pocos euros más o menos no significan mucho. Tienes razón, esta industria es cada vez más fuerte y ha sobrevivido a cuantas crisis se le han presentado hasta el momento, ya fueran globales o dentro de su propio seno.
Pero no es sólo un problema con la industria, tus acciones acaban perjudicando a gente como yo, a los legítimos compradores. Como guardianes de la propiedad intelectual, los celosos dueños de este negocio se sienten asustados por la facilidad con que su producto puede llegar a millones de manos en un día gracias a las redes P2P. Resulta comprensible que quieran sacar algo de rédito, y creo que yo también me sentiría molesto si algo en lo que he puesto tanto esfuerzo acaba saliendo gratis, así por la cara. Sobre todo, si además de la mía tuviera más bocas que alimentar y mi futuro dependiera expresamente de lo que venda mi producto.
Y digo que esta situación me perjudica porque los desarrolladores y distribuidores, en un intento desesperado e inútil por salvar los muebles, añaden a los juegos comprados en tienda diversas restricciones, DRMs y protecciones anticopia que acaban resultando un engorro (en muchos casos, directamente un obstáculo) para disfrutarlos plenamente.