¿Qué imagen damos los jugadores de nuestra afición?

Muchas veces cuando llamaba a mi hijo, podía oír de fondo el ruido de un [video]juego, lo que implicaba poca concentración en nuestra conversación, pues la mayor parte iba dirigida hacia la partida, que según parece no podía ser interrumpida. Me respondía con frases cortas y evasivas.
Este pequeño extracto es una declaración recogida en el genial artículo The Myth of the Media Myth, de la revista The Escapist, pero creo que representa de forma genérica la sensación que experimentan muchos padres cuando tienen que tratar con sus hijos sentados frente al televisor jugando a un videojuego. Tampoco es muy diferente de la respuesta que daría una novia, un amigo o un pariente si tuvieran que hablar de un novio, amigo o conocido aficionado a los videojuegos.

El artículo de Brenda Brathwaite toca este tema de forma un poco lateral, quizás porque se centra principalmente en intentar explicar por qué hay gente que odia los videojuegos, y es un asunto que tiene tela ya de por sí. Yo, por mi parte, me pregunto: «¿Qué imagen damos los jugadores de nuestra afición?»

Precisamente, al leer la declaración de esa madre desencantada de los videojuegos, recordé que justo ayer, antes de cenar, estaba jugando un rato al Mario Galaxy cuando llegó mi padre del trabajo, se acercó adonde estaba y me saludó, pero yo ni siquiera lo miré. No paré la partida para devolverle el saludo, tan solo dije un «hola» de compromiso mientras seguía enfrascado (casi abducido) por los alegres saltos de Mario. Ahora me pongo a pensar sobre ello y no puedo evitar cierto sentimiento de culpabilidad.

Además, ¿con qué idea se queda mi padre de los videojuegos? El cliché del jugador encerrado en una habitación oscura babeando ante una pantalla parpadeante de un televisor de tubo, aunque evoca una imagen jocosa, podría estar más cerca de nosotros de lo que pensamos. Si la gente que nos quiere nos ve realmente así, y así se lo hacemos ver nosotros a ellos (conscientemente o no), no es de extrañar que intenten protegernos de los videojuegos.


Si los aficionados, al hablar de videojuegos, dicen que es un vicio, que si un juego es muy bueno entonces es viciante, y cuando están jugando hablan de viciarse, aunque todo ello no sea más que una jerga, en parte están alimentando los oscuros prejuicios que mucha gente guarda sobre el entretenimiento digital. Por otra parte, jugar es algo que todavía no está bien visto fuera del ámbito infantil, aunque parece que las cosas poco a poco van cambiando.

Somos todos culpables de que jugar sea una actividad considerada infantil, alienante o incluso peligrosa. Pero no debemos esperar a que los demás hagan algo para intentar cambiar la situación, o que toda la gente recelosa de los videojuegos termine muriéndose. Cada uno de nosotros, si aprecia su afición, debería esforzarse por valorizarla. Parar la partida para hablar con tu padre ya sería algo.

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